La solución a un problema tan complejo como la recursividad de los incencios forestales en el NW peninsular debe venir, necesariamente, de un análisis de sus causas. Las soluciones deberán necesariamente ser de naturaleza política como corresponde a un problema tan imbricado en la sociedad.
Voy a particularizar para el caso gallego por la comodidad que da la cercanía (también por ello escojo escribir en la lingua franca), pero todo lo subsiguiente es perfectamente extrapolable a sociedades hermanas como la portuguesa o la asturleonesa. El orden en la exposición será de las actuaciones más generales a las más directas y concretas.
1 Existe un verdadero y último responsable de esta criminalidad incendiaria: la ignorancia y la miseria en la que vive el rural gallego. Una persona cultivada, con un buen trabajo, no va dejando mechas encendidas por el monte. Por lo tanto, la base para erradicar la plaga de incendios es algo tan sencillo de enunciar y tan difícil de realizar como conseguir que llegue la civilización y el desarrollo a la sociedad gallega, más allá de la superficial materialidad.
Igual que un analfabeto funcional no tiene criterio para valorar una obra de arte y tanto le da Ingres que Warhol, Oscar Wilde o Ken Follet, y para el cual un lingote de paladio es sólo un pedazo de metal sin utilidad, tampoco es capaz de distinguir un ecosistema boscoso bien preservado de una plantación forestal, que viene a ser como un menú de hamburguesería al arte culinario. En la vulgaridad del que adquiere sus referencias musicales escuchando las radiofórmulas, así vive la sociedad gallega complacida con la idea de que vive en un paraíso natural, incapaz de comprender que su estupidez, indolencia y codicia han convertido los montes gallegos es un desierto verde, un yermo ecológico donde los ecosistemas autóctonos son pequeños atolones permanentemente amenazados por el fuego y la introducción de alóctonas. No hay región europea que presente una destrucción más profunda de sus ecosistemas que el cuadrante noroccidental de la península Ibérica y aún se tiene la desfachatez de pretender, con la desvergüenza que da la ignorancia, que tienen algún valor sus paisajes ambientalmente devastados.
Así pues, la labor más urgente y perentoria es la de elevar el nivel educativo de la población, y no sólo aquella en edad escolar, para que sean capaces de percibir la inmundicia en la que bracean. Que comprendan la barbarie de actos como provocar un incendio o encogerse de hombros mientras no amenace su propiedad, de introducir especies invasoras como las de los géneros pinus (ninguna de cuyas especies es autóctona, a los estudios paleopalinológicos me remito), eucaliptus, acacia, considerar el monte como el vertedero en el que hacer desaparecer desde una lata de cerveza a un frigorífico, diseminar cebos envenenados o armar lazos, usar insecticidas en época de polinización o glifosato como si fuera agua bendita et caetera. En el mejor de los casos, la población ha acogido con indiferencia cómplice la silenciosa destrucción de su patrimonio natural, y sólo se altera y alarma cuando se manifiestan las consecuencias de su crimen ecológico: los incendios forestales.
Para ello se puede sugerir que la ecología entre en el currículo escolar (debería empezarse por elevar el nivel del cuerpo docente) o campañas de información y educación en las aldeas pero, realmente, lo que elevaría el nivel cultural general de este pueblo es el progreso socioeconómico. Es evidente, para trabajar en la agricultura de subsistencia que aún persiste en el rural no hacen falta muchos estudios, pero sí para trabajar en una economía moderna.
La división de roles productivos del franquismo diseñó para este país el cometido de proveer de madera barata a la industria de la celulosa y los tableros de aglomerado. El resto, actividad primaria e incubadora de carne para la emigración. Es ineludible sobreponerse a este hado legado del fascismo y siglos de monarquía castellana y proyectar una industrialización en aquellos sectores con mayor potencial de crecimiento (nanotecnología, robótica industrial, IA…), con capital público dado que el privado ha demostrado ser impotente e incapaz.
No hay ninguna ley natural que condene a este país al subdesarrollo y alinearse entre las naciones tecnológicamente más avanzadas y prósperas; el límite estará sólo en la ambición de la sociedad por superarse. Para ello, la sociedad deberá realizar un enorme esfuerzo de educación, formación y capacitación de trabajadores para esos nuevos sectores económicos, de forma sincrónica a la creación de empresas que los acojan (si no, estaremos formando futuros emigrantes y profesionales sobrecualificados abocados al subempleo).
Sólo un poderoso despegue económico sacará a Galicia del marasmo en el que está sumida, arrancando a los jóvenes del mundo de palurdismo y bestialidad de las aldeas e incorporándolos una industria potente y un sector terciario que le dé servicio. Ofreciéndoles alternativas de trabajo en los núcleos urbanos, cada vez serán menos los que van detrás de medio centenar de ovejas con el mechero en el bolsillo. Eso que nos ahorraremos en subvenciones, que deberían ir destinadas a incubar el futuro, en vez de desperdiciar recursos limitados procurando mantener vivo un pasado periclitado.
Por supuesto, en Galicia puede y debe haber un potente sector agropecuario, pero deberán ser profesionales y no la mamarrachada que es el campo gallego hoy en día, en que la inmensa mayoría de tierras están dedicadas al autoconsumo, unas patacas, unos tomates, la leira de millo y unas vacas que se sueltan en el monte para que coman lo que encuentren tras el último incendio.
La única alternativa capaz de competir en el mercado con productores profesionales de otras partes del Estado y del mundo pasa necesariamente por la colectivización y la tecnificación. Que nadie se mueva a engaño, la agricultura del s.XXI sólo asegura un sustento digno a un reducido número de trabajadores por hectárea, que se deberán asociar para reducir los gastos de capital y racionalizar la producción. El pasado es pasado, y a la realidad le es indiferente nuestra opinión al respecto. O logramos producir de forma competitiva, o quedamos fuera del circuito comercial. Que es exactamente lo que ocurre con todas esas tierras agrícolas abandonadas o dedicadas a una agricultura de subsistencia propia del país atrasado, subdesarrollado, que es Galicia (¿cómo osar en soñar con la indepencia, no nos vayan a tomar la palabra? pues sin estar a la sombra de un Estado rico que pague subvenciones, nóminas y pensiones, aquí se volvería a pasar hambre).
Una vez echada a andar la maquinaria económica, Galicia recuperaría la dignidad y el amor propio y no tendría que recurrir a la bajeza, propia de un pueblo que no se respeta, de lograr sustento de la explotación destructiva de sus recursos naturales. La ecología, ciertamente, es un lujo que sólo se pueden permitir los países desarrollados, mientras que los miserables de la tierra, aquellos que no tienen otra forma de generar riqueza más que permitiendo el expolio de su país y colaborando en él, no se pueden permitir el regalo y el orgullo de mantener, siquiera una parte significativa de su territorio, en buen estado de conservación como legado a las generaciones venideras. En suma, Galicia es social y económicamente un país subdesarrollado (insisto, sin las transfetencias del Estado las condiciones de vida serían las de un país sudamericano); pues bien, yo propongo y pretendo tener como modelo a Alemania o Dinamarca, y no a Perú o Chile, como modelo de país que se respeta a sí mismo y sabe conjugar desarrollo económico cuyo motor es un potente sector industrial, con la salvaguarda de su patrimonio natural, que todo alemán aprende desde niño a respetar y enorgullecerse de él, pues lo siente como propio. Su patria.
2 Todo lo anterior conduce a un mismo objetivo: dignidad. Durante los últimos doscientos años, la creación del Estado-nación español (un mito, como todos los demás) a partir de un patrón cultural castellano (donde residía la corte) ha sido a costa del resto de culturas. En concreto, la cultura gallega ha sufrido un profundo desprestigio, que está en el origen del complejo de inferioridad de esta sociedad y cuya única cura consiste en huir de todo lo que tenga que ver con este patrimonio cultural (tenemos un presidente pontemierdés al cual nunca se le ha escuchado una frase en gallego, ni aún cuando era vicepresidente de la Xunta). ¿Qué tiene que ver la lengua con los incendios? habrá quien se pregunte. Pues tiene que ver todo, ya que la causa de esta actividad incendiaria, así como usar al campo de vertedero, plantar eucaliptos en las veigas y demás conductas propias de salvajes, es el profundo desprecio que siente el gallego por su patria, en acre contraste con el sentimiento de orgullo que puedo encontrar en otras naciones. Una sociedad que destruye sus ecosistemas repoblando con alóctonas, quemando los montes o usándolos de vertedero está proclamando a gritos que desprecia su lar ancestral. Esto es más que evidente: todo el mundo cuida aquello que estima y valora.
Al gallego se le enseñó no sólo a odiar su lengua, su idiosincrasia, sino también su tierra. ¿Para que serven os carballos? Por todo ello, toda solución pasa por recuperar entre el pueblo llano el orgullo de participar de una cultura, que se desarrolló en un paisaje que no estaba dominado por los pinos y eucaliptos. Crear la noción de ciudadanía, de participación en el cuerpo de una nación, una sociedad que comparte y asume responsabilidad de la tierra que habita, un sentimiento de pertenencia y propiedad más allá de las cuatro tirelas que aún figuran a nombre del abuelo en el catastro.
Un pueblo con confianza recobrada por su éxito económico aprenderá a apreciar su historia y herencia cultural, no dejando de hablar la lengua de propia de esta tierra, impidiendo que se vengan abajo las casas de las aldeas, arquitectura popular de una calidad acaso sin parangón en Europa, y exigiendo la reversión de todo el expolio al que ha sido sometida su tierra, cuidando como oro en paño los últimos reductos de vegetación autóctona para que sirvan de núcleo germinal para la…
3 …regeneración ecológica de Galicia. No está en el origen de los incendios, pero sí en la facilitación de su propagación, la actual configuración del monte gallego, puesto a disposición de ENCE y FINSA para poblarlo de monocultivos forestales. Por ello es imprescindible pasar una ley exigiendo a los propietarios de fincas (públicos, comunales o privados) la erradicación de especies alóctonas que se encuentren en sus propiedades. Una vez eliminada la amenaza invasora, habrá que desarrollar planes de recuperación de la cubierta vegetal autóctona y la reintroducción de especies desaparecidas por la modificación del hábitat.
En toda actuación en el medio natural, hay que hacer las cosas muy bien porque es harto sencillo acabar causando un daño aún mayor. Por ello, se deberán llevar a cabo estudios de cuál fue la distribución original (antes de que la acción antrópica modificase ese ecosistema) de cada zona. Antes que la repoblación por transplante, costosa y con elevadas marras, se estudiará la viabilidad de la siembra, empleando toda la capacidad que tiene a su disposición en el Estado (mejor emplear aviones para lanzar bellotas envueltas en bolas de arcilla, que en descargar agua en un incendio). Seguimiento de la plantación con riegos y defensa ante roedores hasta que puedan valerse por sí mismas. Tantas veces habré visto plantaciones testimoniales, para dar la nota verde antes de las elecciones, y abandonadas una vez plantadas morir todas los pies por falta de riego el primer año. Por no hablar de transplantes efectuados fuera de temporada, o con especies inadecuadas (sin que semejante dilapidación de recursos públicos debido a la necedad de un concejal tenga consecuencias).
Por supuesto, la industria forestal tendrá que adaptarse a las especies autóctonas de ciclo más largo, igual que hacen sus homólogos en el resto de Europa, donde hay grandes potencias forestales como Austria, Eslovaquia o Suecia que no recurren para serlo a la introducción de especies forestales invasoras, sino que logran compaginar el respeto a la configuración original de sus ecosistemas boscosos con un aprovechamiento de su madera para aplicaciones de mayor valor añadido (tablones a partir de ejemplares maduros, apeados selectivamente, y no cortas indiscriminadas, a la matarrasa, de ejemplares jóvenes destinados a ser reducidos a virutas, madera barata para mayor beneficio de los accionistas de ENCE y FINSA)
Existe la corriente, no sé si denominarla revival, folk o vintage, que propone como solución devolver los montes, no a su estado original sino al que presentaban hace medio siglo: lomas desprovista de vegetación leñosa, dedicadas a pastos de una ganadería extensiva muy poco productiva (necesita de enormes extensiones para una misma cantidad de producción). A mí me gusta incluso tomar en serio una solución que pretende, para evitar que los montes sean pasto de las llamas, eliminar previamente su cobertura vegetal. Efectivamente, el bosque arde porque tiene árboles y arbustos, sólo a personajes de la talla intelectual de Bush Jr. pueden proponer soluciones del tenor de “muerto el perro, se acabó la rabia” (los bosques arden porque tienen árboles).
Si con la ganadería destruyes un ecosistema (cuando la modificación es tan extrema como eliminar toda vida vegetal más allá de las herbácea, se habla de destrucción) para evitar que sea consumido por el fuego, también podemos presentar como alternativa urbanizarlo. Igualmente, el cemento, ladrillo y hormigón no arden y, de hecho, puede haber más biodiversidad en el jardín de una urbanización que en un monte sometido a ciclos continuos de incendio y pastoreo. ¿Proponemos como solución a los incendios adoquinar el monte? ¿es eso serio?
4 Una clave del desmán que existe en Galicia en relación al resto de socios europeos y, en general, el mundo civilizado es una ausencia de políticas de ordenación del territorio. La población dispersa, tan característica del noroeste peninsular, es una rémora del pasado que debe evolucionar a una población de mayor densidad, centrada en las villas y ciudades.
En un núcleo de población de alta densidad, es mucho más económica y energéticamente eficiente proveer los suministros de agua, electricidad, telecomunicaciones y gas canalizado, así como de tratamiento de aguas residuales. Igualmente, posibilita ser servido por transporte público, mientras que en bajas densidades el vehículo privado se hace imprescindible. A mayores, el consumo energético en climatización (refrigeración/calefacción) es muy inferior en el caso de un bloque de viviendas (la superficie de intercambio de calor con el exterior es muy reducida, apenas la fachada) en comparación con la misma población dispersa en viviendas unifamiliares.
Por lo tanto, la racionalización de la distribución de la población es una clave fundamental para la eficiencia energética (necesaria para crear una sociedad competitiva, próspera) y la lucha contra el cambio climático.
En las aldeas sólo debera quedar la población que trabaja directamente la tierras circundantes, unos pocos profesionales de la agricultura y la ganadería. Para ello, se concederán ayudas y exenciones para rehabilitar y ocupar las casas tradicionales de las aldeas.
Se limitará el fenómeno de trabajar en la villa y vivir en la aldea, que exije un descomunal consumo energético de esos desplazamientos cotidianos en vehículo privado. Una herramienta fundamental es el IBI, que deberá ser proporcional a la supeficie de terreno ocupado (destruido, arrebatado al medio rural o natural). De esta forma, se disuadirá la población en viviendas unifamiliares en favor del crecimiento en altura hasta unos límites razonables (pongamos cinco alturas en las villas y diez en las ciudades). Podrá haber exenciones a la rehabilitación de viviendas tradicionales y su habitación por familias ocupadas en el sector primario.
De esta forma, además, reduciremos la progresiva desaparición del medio rural (tierras de labor) en torno a las villas y ciudades, consumido por urbanizaciones y casas con jardincito, que se expanden kilómetros en torno a los núcleos de población como una mancha de aceite (por evitar otras comparaciones escatológicas) y son un atentado contra la eficiencia energética y el buen gusto.
Esto, en cuanto al suelo urbano. Pero también deberá fijarse legalmente la distribución de suelo agrícola (incluyendo pastos) y forestal, ahora completamente vaga y circunstancial. Llegar a un pacto con la Naturaleza, por el cual ocupamos parte del territorio, y dejamos a los espacios naturales el territorio restante. Yo propongo una distribución 50-50 con la ventaja de poder escoger las tierras más fértiles y aptas para su aprovechamiento económico.
Es absolutamente necesario deslindar ambos espacios, uno en el que debe primar el aprovechamiento económico promoviendo cultivos y pastos de forma profesional y científica para maximizar el retorno económico, siempre claro está dentro de unos límites impuestos por la salud humana y ecológica (uso racional de fitosanitarios, por ejemplo). Y, en la parte reservada a la Naturaleza, debe primar el restablecimiento de los ecosistemas originales y su conservación, y si puede ser susceptible de aprovechamiento económico (madera, setas…), éste deberá estar sometido a las consideración anterior (es decir, estará subordinado a consideraciones ambientales).
En el espacio destinado a su aprovechamiento económico, se deberá realizar una intensa labor de concentración parcelaria hasta un tamaño minimo de una hectárea. La distribución actual de la propiedad tras siglos operando la herencia en una población creciente ha dado lugar a una completa payasada que hace inviable la explotación agrícola competitiva de lo que debería ser la despensa de la península.
Y en los terrenos forestales, eliminación de especies alóctonas como ya se ha comentado a cargo de sus propietarios, los que han obtenido rendimiento con su introducción, y repoblación con autóctonas (que no necesariamente tienen por qué ser leñosas, no todos los ecosistemas originales son boscosos, aunque sí la mayoría) a cargo de los mismos, pero siguiendo las directrices de proporción entre especies que dicten los técnicos ambientales para reproducir la cobertura vegetal original en cada zona. Creación de un programa de recompra de terrenos forestales para que el Estado pueda hacerse con los terrenos de aquellos particulares que no quieran hacer frente a estos gastos, detrayendo del valor de la tierra los gastos comentados de erradicación de alóctonas y restauración ecológica, con un mínimo en 0 (el precio nunca podrá ser negativo, simplemente los propietarios podrán renunciar a ellas sin contraprestación). De esta forma, conseguiremos revertir una anormalidad histórica originada por el fenómeno desamortizador, por la cual en Galicia, Asturias y Portugal menos del 5% está en manos públicas (por un 30-60% en otras partes de Europa).
En resumen, la situación actual es una distopía en que las tierras de labor están abandonadas o mal trabajadas en una agricultura de chirigota y, por otro lado, no existe espacio protegido a la devastación causada por los cultivos forestales.
Ni siquiera los Parques Naturales, que son en Galicia una broma sin gracia, por ejemplo el emblemático parque das Fragas do Eume, en que sólo el 2% del parque tiene unos valores naturales reseñables que merezcan esta figura de protección, siendo el resto de la superficie del parque un yermo ecológico, poblado de pinos y eucaliptos. En el caso del monte Aloia, es aún más sangrante, pues no sólo tiene ningún valor ecológico sino que es un foco de infección al entorno del parque, de mayor calidad ecológica (bajísima), por la propagación de la acacias que alberga. Finalmente, en el Xurés, simplemente ya no queda nada por quemar que levante más de dos cuartas (lo que ha crecido del último incendio, hasta el siguiente). La situación ecológica gallega es dramática, y sin parangón al Norte de los Pirineos. Propia, como venimos insistiendo, del país social e intelectualmente subdesarrollado que es, por mucho que el analfabeto haya eliminado la boina de su atuendo.
En su lugar, hay que crear una nueva Galicia económicamente potente y eminentemente urbana, en el que también puede aportar riqueza un sector primario eficiente, productivo y profesionalizado. Y, con esta creación de riqueza, el pueblo gallego podrá permitirse el lujo de reservar una parte sustancial de su territorio para la recuperación del paraíso natural perdido: el sueño de la regeneración ecológica gallega.
5 Considero una ofensa a la inteligencia cada vez que escucho a algún portavoz del analgésico discurso oficial, que se hace pasar por periodista, achacar a las condiciones meteorológicas las causas de los incendios. Salvo algunos casos extremadamente raros y puntuales como las tormentas secas y la combustión expontánea en turberas, en el 98% de los casos los incendios tienen origen humano, ora por negligencias, las más de las veces con origen doloso. Sin embargo, es cierto que un tiempo más seco y cálido exacerba las consecuencias de los incendios, y que no podemos esperar sino que vaya a más debido al cambio climático.
En este apartado caben dos líneas de actuación:
– la primera, como productores de gases con efecto invernadero, es obviamente reducir las emisiones. Buena parte de las claves ya han sido dadas con la reorganización y racionalización del territorio, creando una sociedad energéticamente eficiente en todos los aspectos.
– la segunda y más importante es de naturaleza política, a nivel europeo, empleando el argumento comercial de ser la mayor zona económica del mundo y, por lo tanto, el mayor mercado para productores del resto del planeta. La fijación de una política arancelaria en función de la huella de carbono asociada a cada producto en concreto introduciría un campo de juego equilibrado en el que pueda competir una industria europea cada vez más limpia, e incentivos al resto de países para tener una producción más descarbonizada para poder acceder con menores barreras a nuestro mercado.
6 Subiendo la escalera de la particularidad, una clave en la lucha contra los incendios es poner fin a la legitimación social del incendiario, comprendido y protegido por el medio rural en el que vive, cuando no jaleado (“deixade que arda!” cuantas veces tengo escuchado).
La administración tiene innúmeros recursos para lograrlo, por ejemplo reclutando la colaboración (que obtendrían gustosa) de los mejores dibujantes y viñetistas gallegos, para hacer una campaña de cartelería contra los incendios y sus artífices. En la marquesina de cada parada de autobús del rural, en la puerta de cada iglesia, un cartel con un lenguaje plástico directamente comprensible para una población prácticamente analfabeta (la mayoría conoce la mecánica de lectura, pero es incapaz de comprender un párrafo escrito de nivel de primaria, y por supuesto entre sus aficiones no entra el abrir un libro).
Otra idea, dentro de tantas, es promover desde programas de televisión señeros (el Luar es más sagrado que la misa dominical) ese cambio de actitud respecto a incendios e incendiarios.
Ya, con una ambición mucho mayor, promover campañas de divulgación ecológica. Pues una parte destacable de la ignorancia en la que está sumergida esta sociedad es el analfabetismo ambiental (mientras el monte luzca verde, en las villas y ciudades no perciben ningún problema).
7 El siguiente punto parte de la observación de la distribución muy desigual del número de incendios: aunque resumimos diciendo que es un fenómeno del NW peninsular, lo cierto es que hay zonas en las que la incidencia incendiaria es especialmente alta, mientras que hay concellos que están en la media del Estado español, que ya de por sí es muy alta respecto a la media europea (excluído, claro está, Portugal, que es el núcleo de la barbarie incendiaria)
Una herramienta básica para obtener comportamientos deseables, sea tratando con animales bípedos o cuadrúpedos, es establecer un mecanismo de incentivos y castigos. Esto es, combinar el palo y la zanahoria, repercutiendo el coste de extinción en los concellos. Se puede promocionar con transferencias extra de los fondos liberados de la Xunta y el gobierno central a aquellos concellos que protejan efectivamente su riqueza natural y la desarrollen. Y a los concellos instalados aún en la bestialidad, con incendios recurrentes, tendrán que detraer recursos de otras partidas para destinarlos a sufragar la extinción de los incendios que causan sus vecinos. De esta forma, no se verá recompensado el salvajismo, como ahora, sino castigado. Quizá cuando vean la carretera de su pueblo llena de baches, y el concello incapaz de arreglarla, reflexionen y den el paso hacia la civilización. O no, pero será entonces su problema, y no le pasarán la factura al resto de la sociedad gallega.
Por otra parte, también cabría la posibilidad de investigar cargar parte del coste a los propietarios (de nuevo, públicos, comunales o privados) de los terrenos afectados, amén de su restauración ecológica. Al menos, cuando desarrollen en ellos una actividad económica que favorece la propagación del fuego como es el cultivo forestal de pinos y eucaliptos. Estos productores externalizan el coste asociado a su actividad económica en toda la sociedad. Otra alternativa a pasarle la factura de los helicópteros y cuadrillas, es obligarles a suscribir una póliza de seguro que cubra estos gastos en caso de incendio. Si, por el contrario, devuelven sus tierras a su cubrición original, sí que el Estado podría volver a hacerse cargo de la extinción ya que producen un beneficio colectivo (la conservación de los ecosistemas) en lugar de un lucro privado.
Todo ello, sin duda, en caso de ausencia de responsable conocido. De haberlo, obviamente, deberá ser éste quien cargue con las consecuencias de su comportamiento negligente o criminal. De todas formas, esto es sólo un brindis al sol ya que, en el remoto caso que se llegue a demostrar su culpabilidad, lo cual es harto difícil en un delito cometido en la inmensidad del monte, sin testigos (Galicia arde todos los años, y los incendiarios en cárceles gallegas se cuentan con los dedos de las manos), de todas formas se declararían insolventes.
Un elemento disuasorio, del cual dudo su eficacia pero por investigar todas las vías, es incrementar las penas independientemente de la superficie afectada. Porque precisamente cuando se logra una detención que pueda conducir a una condena, es en los casos excepcionales que el incendiario es atrapado provocando el incendio. Y evidentemente, no suele pasar de un conato de incendio ya que se da rápido aviso a los medios de extinción. Así que las pocas detenciones in fraganti se saldan con una multa de cientos de euros. Toda actividad incendiaria dolosa debe acarrear penas de cárcel o, quizá mucho más efectivo, de alejamiento del individuo de su aldea (una suerte de ostracismo, eliminando de las aldeas los individuos causantes de los incendios, fuera de cuyo medio dejarían de ser peligrosos, al menos a este respecto).
8 En último lugar, siendo la concreción inversamente proporcional a la potencia transformadora para erradicar el fenómeno de los incendios, debe cuestionarse radicalmente la infructuosa labor de Seprona y fiscalía en la labor de proteger a la sociedad de los criminales incendiarios o, al menos, dar explicación al poder político de sus causas. Desgraciadamente, ante la imposibilidad de despedir a funcionarios manifiestamente incompetentes, de hecho van a seguir cobrando puntualmente su nómina arda lo que arda, propongo moverlos de cuerpo a otro en los que su incapacidad no cause tanto daño e introducir gente con ideas nuevas que puedan mostrarse más efectivas en la persecución de este tipo de crimen.
Por poner un ejemplo, se están dilapidando recursos de forma estúpida poniendo a apatrullar todoterrenos del ejército, arriba y abajo por carreteras secundarias. Esta idea de bombero, salida de la cabeza del insigne hijo de un falangista, no ha conducido a ninguna detención ni ha manifestado efecto disuasorio ninguno. Lo mismo de las costosas patrullas a caballo, el Guardia Civil que quiera pasearse con su caballo (además eligiendo zonas sombreadas al lado de los ríos, con nulo riesgo de incendio pero muy agradables para el paseo a caballo y así dejarse ver entre la población), no tiene más que comprarse uno y mantenerlo, y salir con él en sus no pocas horas libres.
Dejemos de dar espectáculo, actuaciones de cara a la galería, y exijamos resultados a nuestros empleados, a quienes ponemos el plato de comida en la mesa a cambio de que investiguen unas actuaciones delictivas y conduzcan a sus responsables ante un juez, con pruebas suficientes para ser condenados.
Una idea (y las mías son gratis) es el desarrollo de una red de cámaras de fototrampeo, localizadas en puntos estratégicos (cruces de pistas en zonas de alta incidencia incendiaria) y que deberían irse cambiando de emplazamiento. Si es necesaria una modificación legal para legalizar este control, se realiza.
Hemos notado que en los últimos años cada vez más incendios son provocados con el lanzamiento de artefactos incendiarios desde la ventanilla de un vehículo en marcha. Se podría probar la instalación de cámaras de vigilancia (éstas, de notoria presencia) entre dos puntos de carreteras en zonas calientes, analizando pasado un tiempo si protegen de incendios el tramo controlado
Todo esto sólo conduciría, por casualidad, a un puñado de detenciones. Pero quizá este goteo de incendiarios encarcelados pusiera el miedo en el cuerpo al resto y rompiera con la situación de completa impunidad que disfrutan estos delincuentes ambientales.
Conclusión:
Estas medidas, ordenadas en orden creciente de concreción y automáticamente ordenadas también en orden inverso de eficacia, darían solución, estoy absolutamente convencido, a la ya grotesca campaña incendiaria de todos los años, además de muchos otros problemas derivados del atraso secular al que se le ha sometido a esta tierra. Su implementación no es sencila, ni mucho menos inmediata. Costará décadas recuperar la distancia perdida con el pelotón de cabeza de las naciones; pero cada día que pasa sin reaccionar, esta distancia se agranda.
El resumen de todo lo anterior es tan simple como hacer que este rincón de la península se desarrolle y evolucione hasta un nivel homologable con el resto de países de nuestro entorno. Pues los incendios no son más que un síntoma, mediáticamentre espectacular, de un mal mucho más profundo que atenaza a la sociedad gallega, portuguesa y asturleonesa, que es el atraso en el proceso civilizatorio; quedándose rezagadas respecto a otras sociedades (me refiero a la orilla septentrional del Mediterráneo). Esta enfermedad se manifiesta también en forma de despoblación, envejecimiento y emigración, quedando sociedades escleróticas, huída su fracción más vigorosa a horizontes más prósperos. No caben pues soluciones puntuales a un problema que es estructural e íntimo de la sociedad en su conjunto.
Si quieres conocer a alguien, ve a conocer donde vive.
Así reza el proverbio japonés, que nos enseña que la calidad de una persona se expresa y proyecta en su entorno. De seguir este consejo, cualquier viajero se llevará una lamentable impresión de las gentes que habitan nuestro país, ambientalmente arrasado.
Al final aprenderemos que respetar la tierra en la que vivimos es consustancial a respetarnos nosotros mismos, como individuos y como sociedad.