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Debería ser evidente que, antes de emprender un camino, deberíamos dilucidar cuál es el destino. Muchas veces he abogado desde este (muy poco) humilde espacio por la regeneración ecológica gallega o, más en general, del noroeste peninsular: una región ecológica y climática devastada por los incendios y los monocultivos forestales.

Algún día, nuestras sociedades abandonarán la bestialidad y se plantearán la restauración de los ecosistemas destruidos, por décadas, siglos de depredación sobre el medio. Pero para ello, el primer paso es conocer cuál era el estado original, cómo era esa combinación de seres vivos que la Naturaleza ensayó (porque no hay inteligencia en ella, actúa a prueba y error, suyo es el tiempo) hasta lograr la fórmula perfecta en la que el sistema lograba el equilibrio entre todas las especies. Es decir, buscamos una máquina del tiempo que nos traslade a la Galicia primigenia antes de empezar la antropización sobre el medio, para conocer cuál era la distribución de las especies y su proporción, al menos las más relevantes para poder caracterizar ese ecosistema con visos a procurar restaurarlo. Como si fuera una obra de arte, lo es, estudiar cómo debió ser el original cuando salió del taller del maestro para devolverle a la tabla o lienzo todo su esplendor original, sin añadidos espurios.

Y es que el infierno está empedrado de buenas intenciones: ponerse a plantar las especies que nos parezcan, sin un estudio previo, puede acabar causando más daño que el que se pretende remediar.

Evidentemente, podemos analizar aquellos escasos rincones de nuestra geografía que se han mantenido moderadamente ajenos a la intervención humana, sin embargo siempre nos queda la duda de qué partes de la obra maestra son las originales, y qué capas de color son añadidos y refacciones posteriores. Al final, no nos queda más remedio que entrar en la máquina del tiempo y viajar a un momento en el pasado en el que el impacto de la actividad humana sobre los ecosistemas fuera aún menor.

Ésta tiene métodos indirectos, como revisar las fuentes históricas. Por ejemplo, sabemos que el legislador gallego considera al Pinus sylvestris como especie autóctona. Todo ser humano racionalmente sano (es decir, exceptuando los funcionarios cuyo universo está limitado por reglamentos) comprende que la Ley no es criterio de veracidad, que algo sea publicado en el BOE o en el DOGA no quiere decir que sea cierto, sólo que hay una administración que lo impone. Sin embargo, repasando la documentación histórica, vemos que según nos remontamos en el tiempo ningún autor hace referencia a los pinos. No hay textos históricos producidos o haciendo referencia a Galicia, que mencionen el pino, lo cual es notable en una sociedad que vivía mucho más en contacto con el medio natural que nosotros. En los textos medievales encontramos referencias a los robles, a los castaños, a los tejos… pero no encontramos mención a ningún pino. ¿Curioso, verdad, tratándose de un árbol “autóctono”?

Revisar el registro arqueológico es otra vía indirecta de aproximación al estudio de los ecosistemas pretéritos. Por ejemplo, podemos investigar con qué especies están construidas las herramientas, vigas, traviesas que han sobrevivido por diversas causas y llegado hasta nuestros días. Roble, aliso, boj… la lista es interminable, cada madera tenía su uso especializado. Sin embargo, sorprendentemente (para quien aún espere una mínima cultura y bonhomía en el legislador), no encontramos nada fabricado con madera de pino, a poco que retrocedamos un par de siglos.

También hay ocasiones que en las excavaciones arqueológicas aparecen restos de frutos, que son el campo de estudio de la carpología. Sin embargo, su aparición está asociada a contextos humanos, y por lo tanto no es una imagen fiel de la distribución de especies vegetales, sino sólo el testimonio de aquellas que tenían aprovechamiento nutritivo.

Así que llegamos al arma más potente de la que disponemos para generar una representación fideligna de los ecosistemas pasados: la paleopalinología, el estudio de los pólenes conservados en depósitos bajo circunstancias excepcionales que los han preservado de la descomposición (generalmente un medio ácido que inhibe la actividad microbiana, como el de las turberas).

Obviamente, sólo nos permite conocer la distribución de especies vegetales, pero recomponiendo el andamiaje vegetal la ecología (rama de la biología que estudia los ecosistemas en su conjunto) puede fácilmente completar (con ayuda también del registro fósil) el puzzle con las especies animales asociadas a ese entorno. Además, gracias al estudio de su estratigrafía, podemos estudiar la evolución de la predominancia de unas especies u otras a lo largo de los diferentes periodos climáticos.

Y bien, he estado revisando los estudios paleopalinológicos para conocer de primera mano cómo era la tierra que habitamos antes de que la empezásemos a destruir, primero con pequeños claros para la agricultura, la ganadería y la obtención de madera como combustible y materia prima. Esos claros se fueron adueñando del paisaje según la demografía se hacía más fuerte y los medios mecánicos para transformar el medio se multiplicaban, hasta alcanzar el máximo en los años ’50 del pasado siglo, en que los ecosistemas estaban arrinconados en las zonas más inaccesibles, y la mayoría del territorio estaba dedicado a la actividad agropecuaria. Que hay también quien pone en este momento, justo antes del éxodo rural, el origen o modelo al que el paisaje gallego debería tender: una Galicia sin árboles, toda pastos y cultivos, tal y como fue recogida en el vuelo americano de 1956. Cuesta tomar en serio a alguien que se plantee que el mundo fue creado a mediados del pasado siglo, sin pretender estudiar qué había antes de ese paisaje extremadamente humanizado, sobre el cual se plantaron los pinos y eucaliptos que vemos hoy.

¿Qué había antes de que ocupásemos el paisaje? No es tan difícil encontrar en la red cumplida respuesta en la evidencia científica disponible:

Estudio palinológico de la turbera de Ameneiros
Aportación al estudio palinológico del género Quercus en Galicia
Los estudios polínicos en España, utilizados en la reconstrucción climática de los últimos 10.000 años
Paleoethnobotánica de yacimientos arqueológicos holocenos de Galicia
Estudio palinológico de la turbera de Pena Veira
Estudio palinológico de la turbera de Sever
Estudio palinológico de la turbera de Schwejk (que, aunque el nombre no lo sugiera, está cerca de Mondoñedo).
Estudio palinológico de la turbera do Río das Furnas.
Análisis paleopalinológico del yacimiento prehistórico de Prazo (Freixo de Numao, Vila Nova de Foz Coa)

Espero sepáis disculpar que me centre en el estudio del país donde habito, que es mi responsabilidad más directa, pero os dejo a vosotros investigar si se os despierta la loable curiosidad de conocer cómo era el paisaje allá donde vivís en aquellos tiempos remotos.

Bueno, y ya está bien de suspense, ¿cómo era esta tierra originalmente?

En los registros polínicos del Holoceno (la era geológica en la que vivimos) se nos revelan unas tierras que van despertando del duro invierno de la última glaciación, en que la vegetación era similar al bosque boreal que nos podemos encontrar en la Siberia actual (la tundra y la taiga), con predominio de vegetación herbácea y en la cual los escasos árboles que soportaban el intenso frío eran coníferas. O sea que sí, Pinus sylvestris es una especie autóctona gallega, tan autóctona como el mamut o el bisonte: es decir, especies que desaparecieron con el cambio de clima hace 10.000 años, quedando reducida su presencia a ejemplares aislados o pequeños grupos en la zona de cumbres (como el pinar de Lillo, que os mostré el otro día). Precisamente Pinus es un género con una lluvia polínica muy abundante, y que como se menciona en el tercer documento enlazado está sobrerrepresentado en las series polínicas, sugiriendo una presencia superior a la real.

Con la mejora de las temperaturas, las especies que se habían refugiado en los valles más abrigados y latitudes más meridionales empiezan su reconquista, y en la avanzadilla ya destaca el padre roble. Según las temperaturas se hacen más amables, entran una enorme variedad de especies arbóreas a costa de una reducción en la presencia de especies arbustivas y herbáceas, signo evidente de que el bosque templado iba colonizando progresivamente los claros y las landas dejados tras el periodo glaciar, hasta hacerse omnipresente.

Muestro como ejemplo el análisis polínico del Tremoal de Sever:

El horizonte 1, la muestra más antigua, corresponde al 5.090BP (datado por C14), es decir, estamos en el Bronce Medio y en unas circunstancias climáticas bastante similares a las actuales (periodo sub-boreal), próximas al óptimo climático.

Entre las especies arbóreas, vemos la preponderancia de quercíneas (robles, encinas, alcornoques), seguidos de avellanos (Corylus) y abedules (Betula). En esta armazón se entretejen otras especies arbóreas en menor número, como alisos (Alnus), sauces (salix), olmos (Ulmus), fresnos (Fraxinus), saúco (Sambucus), Frangula (o que en galego chamamos sanguiño, non sei como lle chamaredes vos).

Entre los arbustos, destacan el género Erica (uces, lo que los palurdos llaman “maleza” que hay que “limpiar” a base de mechero) y Calluna (aquí chámase queiroa, outro tipo de uz).

En cuanto a la vegetación herbácea, destacan principalmente los géneros Poaceae (gramíneas) y Cyperaceae (praderías), entre otras muchas.

Vemos que según avanza el tiempo y se generaliza la agricultura (en fechas muy tardías en estas tierras) y la ganadería, una población humana cada vez más numerosa va clareando ese mar de carballos y las especies herbáceas, al principio anecdóticas, se hacen cada vez más numerosas. Lo mismo para el matorral, el brezo del que se sirve la naturaleza para recuperarse del daño causado por los incendios que, ya en aquellos tiempos, se provocaban para generar pastos.

Nuestras montañas, desprovistas casi completamente de tierra, con las peñas al aire, son la consecuencia de siglos soportando las sucesivas quemas y paso de ungulados domésticos. Como demuestran los registros polínicos, no es pues su estado original, natural, sino un paisaje profundamente degradado a causa de la actividad ganadera, quizá la actividad humana de mayor impacto ecológico cuando se desarrolla según su forma tradicional (ganadería extensiva en el piso montano).

Y, al final de la serie, reaparece el polen de pino, procedente de las repoblaciones en tiempos modernos; ese pino al cual el legislador gallego, sin atisbo de vergüenza, confiere el título de “autóctono” y no dudamos que semejantes miserables le den dentro de un tiempo la misma bendición legal al eucalipto (en otro orden de cosas, la misma política de hechos consumados que emplea el sionismo).

En resumen, esta tierra fue un día el absoluto paraíso; una selva impenetrable que fue poco a poco clareada, modificada, hasta el deplorable, vergonzoso, lastimoso estado en que se encuentra hoy.

Esta ha sido, hasta ahora, la reacción de la sociedad gallega ante la evidencia del ecocidio que están cometiendo:

Porque de la deforestación de hace cuatro mil años puede que no tengan la culpa, pero de la repoblación de pinos y eucaliptos, la vorágine de fuegos, o la proliferación de especies invasoras, quién si no la va a tener

Como hemos dicho, esperemos que más pronto que tarde la suciedad gallega, asturleonesa, portuguesa evolucione y supere su estado de bestialidad que los smartphones y ropa de marca mal disimulan, y tome conciencia de la necesidad de proteger lo poco que queda de ecosistemas autóctonos y la necesidad de reparar todo el mal causado: la regeneración ecológica gallega.